jueves, 14 de junio de 2007

Yo no quiero ser bailarina

Los padres siempre tienen grandes sueños para sus hijos. Sobretodo aquellos que no pudieron cumplir cuando eran jóvenes. Mi mamá me hizo pasar por uno de esos. Tenía nueve años y me dijo: “Te voy a inscribir en una escuela de danza”. Yo, con cero ritmo, no me opuse. A la semana siguiente me llevó a una audición a la escuela donde una compañera de curso practicaba piano, es más, fuimos con la madre de ella a mi audición. El pasillo estaba repleto de niñas bonitas, estirando sus largas piernas y luciendo sus mejores pintas. Primer error: las audiciones para niñas entre cuatro y diez años habían sido el día anterior. Mi prueba sería con las niñas de quince. Bien. Entré. Primera en una fila de veinte niñas. Segundo error: la profesora pidió que pusiéramos el pie derecho al frente y yo ahí, pensando cuál era el pie indicado y claro, me equivoqué y la profe dijo “niñita, usted tiene las piernas de palo, éste el es pie derecho” y me dio un pequeño golpecito en mi temblorosa pierna.
No quedé, era obvio. Cuando fuimos a ver la publicación de las seleccionadas y mi nombre no estaba entre ellas, por primera vez vi en el rostro de mi madre una expresión a desilución absoluta. No dijo nada. Yo tampoco. Nunca más se habló del tema.

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